Una tradición que se remonta siglos atrás, incluso anterior a la llegada de los romanos a la península ibérica. Los varones solteros de la Villa se organizaban en cuadrillas que se denominaban marzantes. En alguna ocasión, cuando estos mozos tenían conflictos entre ellos y no salían a rondar, eran sustituidos por cuadrillas de hombres casados.
Al anochecer recorrían una por una todas las casas del municipio pidiendo el aguinaldo a cambio de los cantos que entonaban. ¡Ah! Y siempre con permiso. Antes tenían que comunicárselo oralmente al alcalde, al cura y al maestro del pueblo. Con el visto bueno, el soltero más viejo encabezaba a los marzantes que comenzaban la noche a base de gritos y voces que avisaban a los vecinos para que no se fueran a la cama antes de tiempo.
Cuando llegaban a una casa, antes de lanzarse a cantar, preguntaban «¿Cantamos, rezamos o nos vamos?». Preguntaban esto por si había en la casa algún enfermo o si estaban de luto. Tras los cantos de los marzantes los vecinos les daban la limosna. Y claro… si habían sido generosos se iban los marzantes gritando vivas al vecino. Sin embargo, si el vecino había sido un tacaño, los marzantes se quedaban dándoles una cencerrada con los campanos que llevaban consigo.
Hoy en día se sigue celebrando en Brañosera el último sábado de febrero, aunque parte de esta fiesta se ha perdido. El sábado, retomando la tradición, se volverán a reunir en la casa Concejo donde alrededor de una buena merienda cantarán Las Marzas como año tras año los Mozos del Pueblo venían haciendo para despedir al invierno y dar la bienvenida a la primavera. A continuación harán la ronda por los bares y restaurantes del pueblo.
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